Kundera, M. (2000) El
arte de la novela. Barcelona. Tusquets Fábula.
Debía una explicación
sobre el título de esta ventana. A vosotros y a Kundera, que fue a
quien se lo he tomado prestado.
Si hay una herencia es
que hay muerto de por medio. Una muerte que, en este caso, celebramos
por consenso el 23 de abril, con una rosa y un libro. Hablamos de
Cervantes. Él nos dejó como herencia otra forma de conocer el
mundo: la novela.
Un herencia que, como
Kundera explica en su espléndido ensayo, fue perdiendo prestigio por
comparación con el método científico. Ese rigor de lo científico
que se ha erigido, y se sigue erigiendo, como la única forma
fidedigna de conocer la realidad. Y así, relegó, y sigue relegando,
a la novela al terreno de la fantasía, de la mera distracción.
Cuando todos los que leemos sabemos, y hemos experimentado, que las
buenas novelas hablan de lo que todos nosotros compartimos, de
algunos territorios de lo humano a los que la ciencia tiene difícil
acceso.
Kundera emplea una
expresión de Heidegger para definir a lo que conduce este
desprestigio de la novela: al “olvido del ser”.
Es muy posible que ahora
el desprestigio del género no venga de la mano de los científicos,
sino de ciertas formas que han adquirido las novelas, cada vez más
populares. Pero eso es harina de otro costal, aunque seguiremos hablando de ello.
Puede que las novelas
no sirvan para cuantificar datos, ni generalizar conductas, ni para
obtener leyes extrapolables que expliquen el funcionamiento de las
cosas. Puede que no expliquen las grandes verdades absolutas, pero sí
tratan y exponen, y parafraseo a Kundera, los miles de verdades
relativas, que tantas veces se contradicen entre sí, y que todos
vivimos, sufrimos y gozamos día a día. Por los siglos de los
siglos. Las novelas poseen como única certeza la sabiduría de lo
incierto. Y esta sabiduría de la incertidumbre es lo que las
hace difíciles de comprender, de clasificar, de unificar.
Si estamos aquí
—mirando por esta ventana, digo— es porque hemos aceptado esta
herencia, porque la amamos. Porque nos acogemos o nos rendimos a la
necesidad de aprehender esa sabiduría. Quizá porque no entendemos
otra. Y porque nos gusta estar aquí, y hablar de lo que nos importa.
Porque quizá, como Kundera, a veces pensamos, o incluso decimos en
voz baja: no me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada
herencia de Cervantes.