lunes, 5 de mayo de 2014

TODO ES NOVELA



Así se llama el nuevo blog donde ahora escribo, también sobre libros, y literatura, pero sobre todo de escritura. Procuro que sea una versión mejorada de éste. Te invito a que me visites. 


GRACIAS

lunes, 29 de julio de 2013

FORMAS TENACES DE VIDA ORGÁNICA

Si la naturaleza no te ha procurado una voluntad adicional, el amor por la escritura y la necesidad de escribir te la proveerán. Como los boxeadores, tal vez nos debilitamos pasados los treinta años (…). Entonces es conveniente recordar que han existido artistas que persistieron, como el caracol y el celacanto y otras formas tenaces de vida orgánica, vivas desde mucho antes de que soñáramos con la existencia de gobiernos”. 
 Patricia Highsmith:(1966). Suspense. ed. Mosaico. Barcelona.
Cada vez que entro en cualquiera de esas librerías al por mayor y miro de verdad, me estalla la guerra. Suelo percatarme de que jamás leeré ni una mínima parte de los libros que hay publicados; de que entre toda esa ingente abundancia, lo más posible es que pierda el valioso tiempo con textos que merecen la pena mucho menos que otros más capitales. E invariablemente las preguntas acuden: ¿merece la pena escribir un solo libro más? ¿Cuántos de estos autores pueden vivir de la escritura?
Porque la fantasía suele venir completa. No solo necesitamos escribir, sino que queremos vivir de ello. La realidad, y ya en tiempos de Highsmith era así, es que el 95% de los escritores debemos trabajar en otra cosa para vivir. Es posible que esto no sea del todo malo, pero no deja de ser frustrante. Porque, los que escribimos lo sabemos bien, escribir es una tarea que implica a la totalidad. El don de la ubicuidad no existe, y salvo mentes privilegiadas, no es fácil compaginar y ser brillante en ambas cosas. Algunos lo han hecho, pero debían de ser genios. ¿Acaso los que no somos genios no tenemos derecho a escribir?
Quizá no. Quizá en esto, como en todo, actúe la selección natural y solo sobrevivan los más fuertes. Quizá las grandes librerías sean una suerte de zoo, espacios antinaturales en los que la superpoblación no es más que una cuestión de tiempo. Me gustaría que esos libros que permanecen al acecho a lo largo del tiempo brillaran fluorescentes entre el resto; los que llevan diez, quince, veinte, cien años manteniendo la vigencia y provocando el interés de la buena gente que lee. Así de un vistazo se podría ver el mapa de la supervivencia.
Ya en casa, la mejor decisión quizá sea olvidar las nutridas mesas de novedades, las estanterías repletas de ilusiones efímeras, y centrar la atención en el texto, en el movimiento de los dedos que modela las palabras y sus cadencias. En el corazón y la mirada, que alimentan la importancia del contenido. Y resistir. Aguantarlo todo, como lo aguanta la tierra; ser esos caracoles que, tan lentos como son, al final llegan donde quieren; seres calcáreos que pasamos la vida nutriendo bellísimas conchas, cadáveres gloriosos que dejamos. Pues eso: formas tenaces de vida orgánica. 

martes, 16 de julio de 2013

LA VIDA CUANDO ERA NUESTRA

 La foto la he tomado prestada de aquí.

A veces se dan esta suerte de milagros: personas maltratadas por la vida que, sin embargo, de un modo natural y sin grandes reflexiones, ni cursilería, casi sin darse cuenta, deciden hacer el bien a los demás. No son pazguatos, e incluso piensan tal vez que son egoístas, pues buscan con ello satisfacer su propia necesidad. Tampoco carecen de genio, ni de mala leche, ni de su justo poso de amargura. Ni ignoran de qué va la vida.
Hay algunas personas así, y por eso, de vez cuando, conviene que haya novelas que hablen de ellos. Una mujer, Rose, que necesita herederos. Alguien que vive de puntillas, como un hada. Como una Amélie, pero inglesa, en la cincuentena, con otro tipo de magia. Y con muchas pérdidas a cuestas.
La vida cuando era nuestra es sobre todo un hermoso homenaje a la lectura. A los libreros. A lo que puede significar un libro. Y, sí, habla de la Guerra Civil española, (de refilón, aunque late en el núcleo) y también es un homenaje a los extranjeros que perdieron aquí la vida por unos ideales que iban más allá de las fronteras.
Más allá del argumento, lo mejor de la historia es el estilo. Una mano firme, sensitiva, con la dulzura justa, y un tono íntimo y genuino que genera la impresión de que estás leyendo lo que está escrito en la cara interna de la piel. Y una mirada sabia, amable por lo tanto, sobre las personas.
Marian Izaguirre es una escritora con una trayectoria de muchos años de escritura, libros y premios, que, sin embargo, es ahora cuando, de la mano de Lumen, encuentra la difusión que merece. 

Marian Izaguirre, La vida cuando era nuestra. 2013. Editorial Lumen. Barcelona. 

lunes, 8 de julio de 2013

RAREZAS



Hay un aspecto que los escritores comparten con pintores y fotógrafos: la importancia de la mirada, de la observación de la realidad. Casi me arriesgaría a decir que la capacidad de mirar es una de las claves de la calidad de la escritura. Registrar lo ordinario y lo extraordinario, saber escoger los detalles visibles que definen lo que hay debajo. No dejar que aparezca ningún personaje sin dar alguna pincelada de cómo es.
Donna Leon, en el estupendo curso sobre novela policíaca que dictó en la UIMP, lo explica muy bien, en referencia a Dickens. Él hacía bailar en sus novelas a un montón de personajes secundarios, y todos eran extraños. Dice Leon que con la edad se dio cuenta de que aquello que Dickens hacía no era ninguna licencia de la ficción, sino que era la pura realidad. Estamos rodeados de personas que muestran sus rarezas a cada paso; gente peculiar que habla sola por la calle; cambia de dirección de pronto; mira con suspicacia y se muestra irritable; te llama cariño; tiene verrugas en sitios sorprendentes, o tatuajes que cuentan cosas tremendas, si uno se anima a dejar volar la imaginación. Hay quien parece que pide perdón a cada paso, y quien camina a diez centímetros sobre el suelo. Y hay un conductor en la línea G que —lo he visto durante dos años— siempre está enfadado porque el resto de vehículos van lentos.
La realidad es la fuente de la que emana la novela. Hay que abrir bien los ojos, pues, para dar vida auténtica a esos personajes, en cuyos hombros asentamos el mundo. Hay que mirar muy bien para ver —y poder pintar después— cada luz y cada sombra. Lo normal no existe: las personas normales son la rareza. 

martes, 2 de julio de 2013

DESPRESTIGIADA HERENCIA

 Kundera, M. (2000) El arte de la novela. Barcelona. Tusquets Fábula.

Debía una explicación sobre el título de esta ventana. A vosotros y a Kundera, que fue a quien se lo he tomado prestado.
Si hay una herencia es que hay muerto de por medio. Una muerte que, en este caso, celebramos por consenso el 23 de abril, con una rosa y un libro. Hablamos de Cervantes. Él nos dejó como herencia otra forma de conocer el mundo: la novela.
Un herencia que, como Kundera explica en su espléndido ensayo, fue perdiendo prestigio por comparación con el método científico. Ese rigor de lo científico que se ha erigido, y se sigue erigiendo, como la única forma fidedigna de conocer la realidad. Y así, relegó, y sigue relegando, a la novela al terreno de la fantasía, de la mera distracción. Cuando todos los que leemos sabemos, y hemos experimentado, que las buenas novelas hablan de lo que todos nosotros compartimos, de algunos territorios de lo humano a los que la ciencia tiene difícil acceso.
Kundera emplea una expresión de Heidegger para definir a lo que conduce este desprestigio de la novela: al “olvido del ser”.
Es muy posible que ahora el desprestigio del género no venga de la mano de los científicos, sino de ciertas formas que han adquirido las novelas, cada vez más populares. Pero eso es harina de otro costal, aunque seguiremos hablando de ello. 

Puede que las novelas no sirvan para cuantificar datos, ni generalizar conductas, ni para obtener leyes extrapolables que expliquen el funcionamiento de las cosas. Puede que no expliquen las grandes verdades absolutas, pero sí tratan y exponen, y parafraseo a Kundera, los miles de verdades relativas, que tantas veces se contradicen entre sí, y que todos vivimos, sufrimos y gozamos día a día. Por los siglos de los siglos. Las novelas poseen como única certeza la sabiduría de lo incierto. Y esta sabiduría de la incertidumbre es lo que las hace difíciles de comprender, de clasificar, de unificar.
Si estamos aquí —mirando por esta ventana, digo— es porque hemos aceptado esta herencia, porque la amamos. Porque nos acogemos o nos rendimos a la necesidad de aprehender esa sabiduría. Quizá porque no entendemos otra. Y porque nos gusta estar aquí, y hablar de lo que nos importa. Porque quizá, como Kundera, a veces pensamos, o incluso decimos en voz baja: no me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes.

martes, 5 de marzo de 2013

PALABROS FINOS


Os dejo un interesante artículo, muy acertado en mi opinión, aunque discrepe en algún aspecto puntual (como en lo que comenta del uso del dijo en los diálogos, que creo que habría que matizarlo).

Para leer, pincha aquí.

viernes, 15 de febrero de 2013

OLÉ


Siempre he defendido la alegría a la hora de escribir. La alegría como producto de la felicidad que da ser capaz aún de hacer eso que constituye nuestra pasión. Escribir, en este caso. La alegría de poder desapegarse del resultado, incluso de lo que motiva la escritura (todos sabemos que la vida duele, que es pérdida tras pérdida, que estamos bastante solos en el fondo, que nos cuesta infinito más uno comunicar quién somos —si es que llegamos a saberlo— y que hay gente muy, muy mala... sabemos bien todo eso, incluso tenemos mucha necesidad de expresarlo, vale), desapegarse de todo eso —decía—, sentarnos delante del ordenador, o del papel en blanco, y sencillamente hacer lo que estamos llamados a hacer. Con alegría (y es verdad que a veces es una alegría furiosa, incluso entristecida), con pasión, solo porque disponemos de esa oportunidad, en ese instante concreto. Y en ese instante concreto a nadie le importa si somos buenos o no, si tenemos más o menos talento. Si alguien querrá publicarnos algún día, o si lograremos reunir el valor para enseñarle a nadie eso que escribimos. Podemos escribir las bazofias que queramos, porque somos libres. Cuando escribimos somos libres. Así que solo tenemos que hacerlo: escribir. Hacer lo que sabemos. O lo que queremos saber hacer. Solo así, día tras día, podremos aspirar algún día a brillar.