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lunes, 29 de julio de 2013

FORMAS TENACES DE VIDA ORGÁNICA

Si la naturaleza no te ha procurado una voluntad adicional, el amor por la escritura y la necesidad de escribir te la proveerán. Como los boxeadores, tal vez nos debilitamos pasados los treinta años (…). Entonces es conveniente recordar que han existido artistas que persistieron, como el caracol y el celacanto y otras formas tenaces de vida orgánica, vivas desde mucho antes de que soñáramos con la existencia de gobiernos”. 
 Patricia Highsmith:(1966). Suspense. ed. Mosaico. Barcelona.
Cada vez que entro en cualquiera de esas librerías al por mayor y miro de verdad, me estalla la guerra. Suelo percatarme de que jamás leeré ni una mínima parte de los libros que hay publicados; de que entre toda esa ingente abundancia, lo más posible es que pierda el valioso tiempo con textos que merecen la pena mucho menos que otros más capitales. E invariablemente las preguntas acuden: ¿merece la pena escribir un solo libro más? ¿Cuántos de estos autores pueden vivir de la escritura?
Porque la fantasía suele venir completa. No solo necesitamos escribir, sino que queremos vivir de ello. La realidad, y ya en tiempos de Highsmith era así, es que el 95% de los escritores debemos trabajar en otra cosa para vivir. Es posible que esto no sea del todo malo, pero no deja de ser frustrante. Porque, los que escribimos lo sabemos bien, escribir es una tarea que implica a la totalidad. El don de la ubicuidad no existe, y salvo mentes privilegiadas, no es fácil compaginar y ser brillante en ambas cosas. Algunos lo han hecho, pero debían de ser genios. ¿Acaso los que no somos genios no tenemos derecho a escribir?
Quizá no. Quizá en esto, como en todo, actúe la selección natural y solo sobrevivan los más fuertes. Quizá las grandes librerías sean una suerte de zoo, espacios antinaturales en los que la superpoblación no es más que una cuestión de tiempo. Me gustaría que esos libros que permanecen al acecho a lo largo del tiempo brillaran fluorescentes entre el resto; los que llevan diez, quince, veinte, cien años manteniendo la vigencia y provocando el interés de la buena gente que lee. Así de un vistazo se podría ver el mapa de la supervivencia.
Ya en casa, la mejor decisión quizá sea olvidar las nutridas mesas de novedades, las estanterías repletas de ilusiones efímeras, y centrar la atención en el texto, en el movimiento de los dedos que modela las palabras y sus cadencias. En el corazón y la mirada, que alimentan la importancia del contenido. Y resistir. Aguantarlo todo, como lo aguanta la tierra; ser esos caracoles que, tan lentos como son, al final llegan donde quieren; seres calcáreos que pasamos la vida nutriendo bellísimas conchas, cadáveres gloriosos que dejamos. Pues eso: formas tenaces de vida orgánica.