Escribir
una novela es un trabajo hacia dentro, hacia los estratos más
profundos. Durante mucho tiempo no hay nada que enseñar, y
prácticamente nada de qué hablar, porque suele suceder que cuando martirizamos a algún amigo amable y le contamos de qué estamos escribiendo, lo enunciamos
en voz alta, el argumento nos suena ridículo, absurdo, vacío.
Cuatro hojas y un tallo raquítico que no parecen valer nada. El
verdadero trabajo es hacia lo hondo, sin testigos. Solos en casa,
escribiendo. O con los ojos mudos observando el mundo y tomando
notas, dejando que cale la gente, la vida en las capas más
profundas, bajo nuestra permeable epidermis de escritores.
Las
novelas crecen hacia dentro y no deben salir hacia la luz hasta que
estén listas. Mientras tanto, paciencia, trabajo, tierra, agua,
soledad, silencio.