miércoles, 9 de mayo de 2012

LOS RESTOS DEL DÍA. El narrador poco fiable


LOS RESTOS DEL DÍA. Kazuo Ishiguro
Editorial Compactos Anagrama. (Barcelona, 1989) Trad. Ángel Luis Hernández Francés. 
 


Casi todos entregamos los días de nuestras vidas a algún empeño. Muchas veces de manera obsesiva, con una suerte de anteojeras puestas para que la ingente variedad de cosas maravillosas que el mundo ofrece no nos distraiga de lo que creemos que da sentido a nuestra vida: Esa pequeña o gran parcela que queremos cultivar, convertir en algo brillante; en la que ocupamos nuestro tiempo y que nos hace percibir nuestro propio valor.
De eso habla Los restos del día. De qué sucede cuando nos empeñamos en un camino y todo resulta un terrible error. Un empeño baldío. Cuando renunciamos a ver las oportunidades que se nos presentan, por fidelidad a nuestro plan, con todo nuestro corazón, y por miedo, por inseguridad, por lo que sea, renunciamos a escuchar.
Stevens, como lord Darlington, llenos de importancia de sí mismos, para lo que quizá les hayan educado,  dedican sus vidas al empeño equivocado. Escogen el camino erróneo. Del lord poco sabemos. A Ishiguro quien le importa es Stevens. Es decir, cualquiera de nosotros. Cualquiera con un empeño, mil temores y una ceguera fundamental. Aunque es cierto que Stevens posee un rasgo del que, por desgracia, o por grandísima suerte, muchos carecemos: la dignidad. Una dignidad que le exige no mostrar sus sentimientos, sino mantener siempre la compostura.
Pero sucede que llega la vejez, con su forma cruel de cambiarlo todo. Así, lleno de dignidad, Stevens se convierte en un mayordomo anciano. Y donde era fuerte e inexorable, ahora es débil e inseguro. La imperfección le ataca, destruye su sentido de la vida, su autoestima. La vejez se encarga de invalidar todo lo que fue el centro de su vida y mostrarle de forma descarnada que no le queda nada, porque nada guardó.
Entonces una carta le hace recordar que una vez fue amado, y que quizá aún haya esperanza. Hubo una mujer que le amó, pero a la que su dignidad le impidió amar. Cuando tocó elegir, escogió la grandeza del compromiso, la importante labor de servir a su señor.
Ya tarde, cuando cae el día, en ese momento sublime y terrorífico que precede a la noche, brilla un rayo de esperanza. Stevens se pone en camino en busca de ese rayo, arrastrando esa mochila vacía que resulta pesar mucho más de lo que hubiera pesado de haber vivido. A veces, sencillamente, es demasiado tarde.

 
En un plano técnico, este narrador de Ishiguro es un ejemplo perfecto de narrador poco fiable. La discapacidad emocional de Stevens le impide aceptar sus deseos, siquiera percibirlos, pero estos resultan evidentes para cualquiera que lo vea desde fuera. No es fácil mostrar ese desequilibrio sin mediar explicación alguna; y quizá menos todavía si empleamos un narrador en primera persona.

Ayer, al llevarle el té por la tarde, sabiendo que se encontraría en ese estado de ánimo y conociendo su propensión a hablar en tono jocoso, habría sido más sensato no hacer la más mínima alusión a miss Kenton, pero es posible que entiendan que, al pedirle un favor tan generoso por su parte, era natural que le insinuase que mi petición se basaba en razones estrictamente profesionales. Así al exponerle las razones por las que hacía mi excursión por el oeste del país, en lugar de mencionar los diferentes atractivos descritos por mistress Symons en su obra, cometí el error de explicar que la antigua ama de llaves de Darlington Hall vivía en esa región. Imagino que, a partir de ahí, intenté hacer ver a míster Farraday que el viaje me permitiría tantear una posible solución a nuestro problema doméstico. (…) No sólo no estaba seguro de que miss Kenton quisiese volver a trabajar con nosotros, sino que desde hacía un año, desde que me había entrevistado por primera vez con míster Farraday, no le había vuelto a comentar la cuestión de aumentar el número de criados. Hubiera sido pretencioso por mi parte, y pretencioso es decir poco, seguir manifestando en voz alta mis propios planes sobre el futuro de Darlington hall. De hecho me callé bruscamente y me sentí muy violento. En cualquier caso, míster Farraday aprovechó la oportunidad para reírse y, malintencionadamente, dijo:
—Pero Stevens, ¿aventuras a su edad?  (Pág 21)

 
Ya sabemos que Stevens se engaña, o, al menos, tenemos noticia de su brutal manera de negar la realidad. Al mismo tiempo que lord Darlington celebra una importante cena con ilustres invitados, el padre, en su lecho de muerte, aprovecha un instante de lucidez y llama a Stevens con urgencia a la habitación. Allí se desarrolla la siguiente escena, destacable por la maestría con que Ishiguro nos muestra la incapacidad de Stevens para gestionar sus sentimientos, el dolor. Y, al mismo tiempo, de dónde procede dicha incapacidad:

“(...)lentamente sacó los brazos de debajo de las mantas y se observó cansado el envés de las manos durante unos instantes.
—Me alegro mucho de que se sienta mejor —repetí—. Ahora es preciso que vuelva al trabajo. Como le he dicho, la situación es bastante turbulenta.
Siguió observándose las manos y, al cabo de un rato, dijo pausadamente:
—Espero haber sido un buen padre.
Sonreí y le dije:
—Estoy muy contento de que se sienta mejor.
—Me siento orgulloso de ti. Eres un buen hijo. Hubiera deseado ser un buen padre, aunque me temo que no lo he sido.
—Ahora tengo mucho trabajo, pero mañana por la mañana hablaremos de nuevo.
Mi padre aún seguía mirándose las manos como si en cierto modo le irritasen.
—Estoy muy contento de que se sienta mejor —repetí, y seguidamente me marché.
(Pág. 104)

Esta maravillosa novela, y su magnífica adaptación cinematográfica resultan escalofriantes y dan que pensar: nadie estamos a salvo de equivocarnos y malgastar nuestras vidas en misiones equivocadas. Ishiguro, entre líneas, nos ofrece una pista para detectar el error: en las verdaderas misiones el amor, la aceptación y la autoestima suelen estar en primer plano. Y, llegado el caso, por encima del deber. 
 

3 comentarios:

  1. Hola Leo,
    no he leído la novela (pero la tengo en la lista, que conste). Me gusta si es un narrador poco fiable. Ya he escrito algún relato con ese tipo de narrador y me encontré muy comodo.
    Lo que no entiendo es esa traducción tan rara que hacen los de Anagrama. Quizá es porque no me la he leído pero Los restos del día suena realmente ridículo (quizá lo haya traducido un sudamericano), un español debería decir Lo que queda del día. Creo. :-)

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  2. Hola Leo,
    pues como la tenía en la lista me la he leído (cosa que no siempre ocurre). Y sí, me ha gustado mucho. Es una novela de ésas que te revolotean por la cabeza durante días. Me llamó mucho la atención su encuentro con aquellas gentes de Moscombe y los diálogos que se establecieron en aquella casa donde durmió.
    Personalmente no me cae nada bien alguien como el señor Stevens, que seguramente barreía los restos de un horno crematorio en Dachau sin pestañear si pensase que ése es su trabajo, pero mirándole un poco más de cerca reconozco su sombra, y eso es lo que más me aterra.
    Es curioso que Stevens se preocupase tanto por la dignidad cuando ni siquiera se supo despedir de su padre en el lecho de muerte. Pero, ¿y quién sabe hacerlo?
    Me encanta el desfile de personajes de la novela. Para mí tanto Stevens como Kenton son dos personajes rotos, delicadamente rotos, sombras de lo que pudo ser y no fue. Y fenomenal la contraposición de los habitantes de Moscombe.
    En cuanto a lo de personaje poco fiable, está perfecto. No me parece muy difícil hacerlo, y de hecho la primera persona es lo natural en este tipo de personaje. A mí lo difícil me parece dibujar las zonas de sombra y crear la sugerencia. Hacer que la novela huela, en este caso a algo rancio. Ni que decir tiene que el buen lector sufrirá algún escalofrío si es un poco honnrado consigo mismo, y el malo... yo creo que le resultará aburrida.

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  3. Me alegro de que te haya gustado, Ángel. No dudaba de que así sería.
    Como muy bien dices, la dificultad de ese tipo de narrador está en saber sugerir las zonas en sombra; y tener la habilidad de, usando la primera persona, saber crear las situaciones que pongan de relieve sus cegueras sin explicar nada. Ishiguro da una buena lección en la novela.
    Y James Ivory, por cierto, da otra lección de cómo hacer una magnífica adaptación. Da la casualidad de que ayer mismo la pusieron en la 1.
    En efecto lo aterrador de Stevens es que, quien más quien menos, hemos puesto todo nuestro empeño en empresas baldías y dejado pasar oportunidades. Felices los que no se equivocan.

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